Estando a unos cuantos días de elegir a nuestro próximo presidente, los mexicanos debemos reflexionar. Y es que no da lo mismo quién resulte ser el ganador, porque hoy, en las elecciones para presidente de la República, están en juego dos visiones distintas de cómo se promueve el bienestar del país y de los mexicanos. Y aunque los representantes de ambas visiones digan querer lo mejor para México, el problema es que cada uno de los candidatos entiende "lo mejor para México", desde su propia razón, que está lejos de ser la misma y menos desinteresada.
Ahora que todavía tenemos unos días para decidir a quién de los candidatos le vamos a dar nuestro voto, es importante que los mexicanos tengamos en cuenta que la razón que resulte ganadora no nos conducirá al mismo lugar al que nos hubiera llevado la otra. Porque al ganar una de las razones se cancela la posibilidad de ocurrencia de la otra, que bien podría haber sido la que sacara al país del que es y ha sido, por años, su principal problema: la pobreza. Esta, sin duda, es la que se interpone en el logro de la mejora o del bienestar del país, como sea que se le entienda.
Así, siendo hoy un momento para la reflexión, también lo es para hacer compromisos y establecer responsabilidades futuras. Porque hoy los mexicanos tenemos que asegurarnos que en el próximo sexenio, los pobres serán vistos y tratados como fin de los programas políticos y no solamente como medios para obtener votos o para mantener al país hundido en el miedo que nos causa a todos constatar la posibilidad de escasez y la necesidad. Por ello, hoy los mexicanos tenemos que asegurarnos que el próximo presidente, independientemente del partido al que represente, se comprometa con cumplir lo que para Kant fuera uno de sus imperativos categóricos, es decir "tratar siempre al ser humano (en este caso de manera especial a los pobres, pero se refiere a todos) como un fin y nunca sólo como un medio, reconociendo la dignidad humana". Si esto lo hace el ganador hoy, entonces habremos avanzado.
Porque en el marco de la dignidad humana, o sea en la visión que ubica al ser humano como fin y no como medio, las promesas de empleo, de educación, de seguridad y tantas otras que ahora hacen los candidatos, cobran un sentido que no es el de poner a hombres y mujeres al servicio de la economía de mercado, sino al contrario. Diremos por qué: 1) porque en una sociedad en donde impera la pobreza, la competencia no puede funcionar como impulso al desarrollo personal y de la sociedad. Muchos serían los perdedores, sin ni siquiera haber entrado a competir. Eso no sería justo ya que lo que operaría es la exclusión. 2) porque en una sociedad pobre no se puede privatizar todo lo que produce riqueza, ni tampoco la prestación de los servicios, ya que sería el fin de aquellos, que por cierto en México son muchos, que no sólo adolecen de capital económico, sino también de capital social y cultural que los respalden. 3) porque en una sociedad pobre, como la nuestra, no se puede vivir fundamentalmente de la inversión extranjera, ya que esto implica renunciar a la idea de que los mexicanos podemos conducir nuestro propio destino, en función de lo que realmente queremos y necesitamos. 4) porque articular la sociedad alrededor del mercado implicaría, para una sociedad pobre, cerrar el campo a los pactos sociales y al Estado, que son los que deben asegurar, de forma estructural, la equidad, la seguridad social y la satisfacción de necesidades básicas de la gente. 5) porque el dolor humano se convertiría en campo de las organizaciones filantrópicas y religiosas, ya que no habría derechos sociales exigibles. Todo lo que recibirían legítimamente los pobres sería por caridad.
Entonces, hoy todavía es momento para que los candidatos se comprometan con la dignidad humana dejando en segundo lugar los modelos económicos que cada uno defiende y que a estas alturas ya conocemos. Porque, a partir de este compromiso lo natural será y, así lo deberemos exigir los ciudadanos, que los pobres reciban los apoyos necesarios y la educación suficiente para integrarse dignamente, y como ciudadanos, a la sociedad, de cualquier tipo que ésta sea. Y, bajo este mismo compromiso, los mexicanos pobres, los no pobres y los ricos deberemos sumar esfuerzos para contribuir públicamente a la erradicación de la pobreza en el país. Porque lo probable es que la posibilidad de erradicar la pobreza de México esté dada bajo la condición histórica que entraña el tan conocido dicho: "ahora o nunca".