La protección de la propiedad intelectual es un tema que debe abordarse y discutirse abierta, colectiva y urgentemente en las universidades mexicanas. Vivimos dentro de lo que se denomina sociedad del conocimiento y es peligroso no darnos cuenta de que, entre los grupos de poder, hay una fuerte disputa por el control del conocimiento. Como en México han sido las universidades (principalmente las de carácter público) quienes han desarrollado capacidades de producción e innovación de ideas y avances científicos y tecnológicos, hoy hay interés en apropiarse, utilizar, y si no se puede entonces menguar, tales capacidades.
Por su parte, la corriente económica del "crecimiento endógeno" concibe las ideas y los desarrollos científicos y tecnológicos como bienes que pueden generar importantes tasas de retorno. Las ideas y los desarrollos, en materia de ciencia y tecnología son caros de producir y, en cambio, son muy baratos de reproducir. Así, quien se apro-pia de los productos de la universidad puede obtener grandes rendimientos económicos, mientras que ésta prácticamente no los obtiene.
En esta dirección, como lo ha escrito Eduardo Ibarra, valdría la pena indagar hasta dónde el conocimiento que genera la universidad es apropiado y explotado por esta institución y sus investigadores, y en beneficio de quién. De aquí surge la pregunta: ¿por qué la universidad pública en México ha puesto poca atención en el establecimiento de sistemas institucionales de patentes, marcas y derechos de autor?
Una respuesta a tal pregunta se encuentra en que no ha sido fácil hacer que las ideas y desarrollos de la universidad mexicana sean puestos en práctica. De ella se espera que forme los "cuadros" que necesitan los sistemas productivo y político nacionales, pero poca atención se pone en las ideas y el conocimiento que produce; generalmente se prefiere adquirirlos en el extranjero.
En consecuencia, los universitarios solemos no pensar que nuestros productos son "deseables" e, incluso, llegamos a agradecer cuando alguien se interesa en ellos. Sin embargo, hoy las cosas han cambiado, porque el nuevo contexto en el que predominan las tendencias globales, y en el cual el conocimiento ocupa un lugar central, plantea a la sociedad mexicana la necesidad de adoptar una nueva relación con la producción y la utilización del mismo.
Otra respuesta se encuentra en la resistencia de la propia universidad a entregarse, de lleno, al servicio del capitalismo académico; al hacerlo arriesga su representación de referente cultural básico frente a la sociedad. Porque patentar y buscar derechos de autor para obtener dinero no puede convertirse en fin del trabajo académico sin que la universidad y sus investigadores sacrifiquen su identidad social y adquieran una imagen de engranaje de las grandes maquinarias que sirven, sobre todo, a los intereses de los grandes capitales. Esto, podría traer recursos económicos cuantiosos a las universidades mexicanas y a sus investigadores pero, ¿vale la pena el sacrificio ético?
En esta disyuntiva, la historia ofrece orientación acerca de lo que hoy puede hacer la universidad pública en México. Hay que recordar que la universidad que nació en Bolonia, en la Edad Media, tuvo entre sus objetivos hacerse del poder que dan el conocimiento y la certificación, en un momento en el que estaban naciendo nuevas formas de ser, estar, pensar y actuar en el mundo. Recordemos: la esencia de la aparición de la universidad, en la escena histórica, estuvo ligada a la apuesta por la relación entre el estudio, el conocimiento y el poder, cuando fue necesario trascender los saberes y normas impuestos por el clero y el poder regio. Además, la resistencia a los embates de la propia municipalidad, que buscaba tenerla bajo su control, le valió el privilegio de la autonomía.
Considerando lo anterior, adolecería de ceguera la universidad si no aprovechara el momento para plantarse como poder en la presente escena histórica. Por ello, la vinculación entre universidad y empresa, así como el establecimiento de un sistema universitario de patentes, marcas y licencias debe atenderse y priorizarse, tanto en aras del desarrollo nacional como de la obtención de fondos propios para la universidad, logrando reforzar su autonomía frente al gobierno. Pero, para no comprometerla, ahora frente a las necesidades del mercado, será necesario que, además de la docencia, la universidad apoye y ponga especial atención en las humanidades y las ciencias sociales. Porque, como nunca antes, los desarrollos y las ideas de las disciplinas que integran estas áreas deben ser colocados, abierta y contundentemente por la universidad, en el campo de disputa del poder de restituir e interpretar el sentido social, político y estético de la vida, así como de fortalecer la capacidad de los mexicanos de reflexionar, dialogar y actuar, avalados por el conocimiento, sobre asuntos que nos competen, más allá de las imposiciones de los mercados.