En este año que está por concluir, la UNAM celebró el 30 aniversario de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA). La existencia y operación de esta dirección han sido fundamentales para que la universidad y los trabajadores, dedicados a las funciones sustantivas de investigación, docencia y difusión, recreen día a día relaciones y compromisos de tipo académico que trascienden los vínculos basados en meras relaciones de tipo laboral.
Cuando en la UNAM se fundó la DGAPA , a finales de los setenta, el impulso que durante los últimos años se había dado a la educación superior había hecho de las universidades públicas un mercado de trabajo importante. Muchos universitarios, varios todavía estudiantes o recién egresados, fueron empleados por la institución como académicos.
En esa época los organismos sindicales y gremiales se consolidaban en las universidades y la figura y características de "el trabajador" se proyectaban sobre los sentidos de pertenencia social del personal académico. Con tal fuerza entró a la UNAM la figura del trabajador que, a treinta años de distancia, puede decirse que, entre otros factores, fue lo que produjo en la UNAM conflictos y fracturas de identidad entre sus académicos, mismos que hasta la fecha no han sido superados del todo.
Es posible que uno de los motivos que llevaron al entonces rector, doctor Guillermo Soberón, a fundar la DGAPA haya sido recuperar el sentido académico del "pacto" laboral entre la universidad y los profesores, investigadores, técnicos académicos y ayudantes.
Además, no me cabe duda que la existencia de un modelo explícito de organización del trabajo académico, plasmado en el Estatuto del Personal Académico (EPA), y de una dirección, que se hizo cargo de apoyar a los cuerpos colegiados para darle cumplimiento, aseguraron que el ingreso de individuos al personal académico y las promociones entre categorías y niveles se hicieran de acuerdo con valores académicos pactados. De otra suerte, la UNAM no tendría hoy el nivel de calidad que tiene.
Entender la figura de los académicos ligada directamente a la de trabajador, y concebir a la universidad a manera de un mercado de trabajo, es erróneo. No quiero decir con esto que los académicos no seamos trabajadores y que la UNAM no sea un mercado laboral. Indudablemente lo somos. Pero, justamente por esto, es necesario "liberar" a la academia de las ataduras impuestas por la siempre conflictiva y compleja relación entre capital y trabajo. Hay que comprender que la academia no se rige por nombramientos ni contratos, sino por un ethos compartido por personas y por la institución que les da sentido.
Ofrecer becas a jóvenes, establecer programas de superación, regularizar y profesionalizar la docencia fueron acciones que se necesitaron emprender para contender con los problemas de "masificación" de la educación superior. Más tarde, cuando se declaró de lleno la precariedad y flexibilización de los mercados laborares, fue necesario otorgar "estímulos" para arraigar a los investigadores y profesores a sus funciones y para paliar los malos salarios.
Ahora, cuando la UNAM necesita consolidarse como "universidad de investigación", se requiere que los investigadores y docentes reciban apoyos para sus proyectos. De ahí que los programas, como el PAPIIT y el PAPIME entre otros, tengan esta finalidad.
Son muchos los programas que la DGAPA ha diseñado y operado en sus treinta años. Todos, en su momento, han sido necesarios y valiosos. Y, sin embargo, no puede negarse que la academia se ha visto afectada por la precariedad generalizada del mercado de trabajo. También por el combate que sufrió la universidad pública, en la década pasada, por parte del Estado y por representantes de la iniciativa privada. Frente a tales amenazas, la UNAM logró preservar los valores académicos, aunque todavía está pendiente ponerlos al día.
Por ello, lo que toca hoy es renovar "el pacto" que, como ya dijimos, está plasmado en el EPA. De aquí en adelante nuevos asuntos del personal académico podrán aparecer con un estatuto cuya renovación ha sido elaborada por académicos notables y comprometidos de toda la UNAM que han venido trabajando en "el claustro".
Esperamos y deseamos que la propuesta de un nuevo estatuto proyecte a la UNAM y a sus académicos como vanguardia de una institución de calidad. En este rectorado, la UNAM tiene en la DGAPA un instrumento crucial para hacer la "universidad del siglo XXI". Vamos a enfrentar un mundo que se vislumbra global, competitivo y excluyente, para lo cual necesitamos una UNAM académicamente fuerte.