En el imaginario social la educación suele estar asociada con "lo bueno" y "lo justo". En cambio, no pasa lo mismo con la escolarización, pues frecuentemente se plantea que la institución educativa no da respuesta a las demandas de la sociedad. La escuela suele ser criticada por obsoleta, cara, inadaptada, inútil e ineficaz, y comúnmente se le acusa de haber quedado desfasada en sus contenidos y en sus métodos. Asimismo, se suelen exponer las limitaciones de esta institución educativa en cuanto a los servicios que presta a la justicia social, la igualdad de oportunidades y al logro de expectativas en el mercado de trabajo. De hecho, en la actualidad, la asistencia y permanencia en la escuela han dejado de ser fuente del optimismo pedagógico y del cambio social pero, sin embargo, todavía el nivel de estudios alcanzado por los mexicanos sigue considerándose una de las variables claves para dar cuenta de los avances democráticos y de las posibilidades económicas del país. Se le vincula con el combate de la pobreza y con la posibilidad de frenar la violencia, sobre todo entre los jóvenes. De hecho, en términos estadísticos, se puede demostrar que los logros en escolaridad sí "rinden".
En años recientes, México ha tenido importantes logros en lo que se refiere al nivel de escolarización de su población. Los avances han sido tales que en el país se ha podido tener cobertura universal en el rubro de la educación primaria y nivelar el logro entre hombres y mujeres. Además, la tasa de analfabetismo funcional (menos de cuatro años de estudio) constituye uno de los más claros indicadores de que en el país ha habido logros educativos. Los datos correspondientes al periodo entre 1990 y 2002 permiten dar cuenta de que al respecto opera una clara tendencia a la disminución, y no sólo en población en edad escolar, sino también en grupos de mayor edad. Esto sugiere que no sólo la educación formal, sino la educación de adultos han tenido un efecto considerable en la reducción del analfabetismo.
El compromiso de la universalización implica necesariamente, en México, comprometerse con la diversidad social, cultural y económica de los alumnos. Por suerte, a nivel de la educación primaria se ha cumplido cabalmente el compromiso, pero en secundaria los logros son drásticamente menores, aunque no puede negarse que ha habido avances en lo que va de la década. A este respecto, a comienzos del presente decenio, la tasa neta de cobertura en este nivel era de 67.9 y para 2005 de 68.2, así que el incremento en estos cinco años fue de 3.6 por ciento. Sin duda, uno de los retos que el sistema educativo debe enfrentar ahora y resolver en el corto plazo es elevar la cobertura en este nivel de estudios, el cual debe universalizarse a fin de cumplir los compromisos constitucionales.
Recientemente se presentó ante la Cámara de Diputados el proyecto de hacer obligatoria la educación media superior, lo probable es que pronto lo sea. Entonces, el Estado adquirirá la responsabilidad y la obligación de que todos los mexicanos, cuando menos los jóvenes, tengan acceso y cursen educación de este nivel, eso sin duda será bueno. Cabe mencionar que, a nivel nacional, la tasa bruta de transición a educación media superior 2002/2003 a 2003/2004 fue de 73.5 y que entre 2000 y 2005, la cobertura en este nivel pasó de 46.1 a 56.4. Con todo y que no se puede negar que el crecimiento ha sido importante, es difícil ignorar que estas cifras lo que nos dicen es que en el país cerca de la mitad de los jóvenes de entre 16 y 18 años no cursa este nivel de estudios y que, por lo tanto, no tiene, ni es probable que tenga, posibilidades de acceder a la educación superior.
El anhelo de ingresar a la universidad es frecuente entre los y las jóvenes. De hecho, la información de las ENAJUD 2000 y 2005 muestran que este anhelo está presente en jóvenes mexicanos, independientemente del grupo socioeconómico de origen. A partir de la década de los setenta del siglo pasado la matrícula de educación superior creció de manera muy dinámica y el incremento trajo consigo la diversificación del perfil socioeconómico de los estudiantes universitarios. Desde mi punto de vista, esta diversificación es algo muy bueno que le ha pasado al sistema educativo mexicano; tal vez lo mejor que le ha sucedido en los últimos 40 años. Claro que no ignoro que aún falta mucho por hacer, lo que constituye un reto enorme. La cobertura actual de la educación universitaria es de cerca de 24 por ciento; todavía es inequitativa e insuficiente. El problema es que menos de cada siete jóvenes en edad de tener acceso a la educación superior en México lo tienen.
Varios estudios han mostrado que para los jóvenes mexicanos que provienen de sectores antes excluidos de la educación superior, y sobre todo para las mujeres, acceder y terminar una carrera universitaria tiene efectos muy notables en lo que se refiere al incremento del capital cultural, oportunidades de movilidad social y posibilidades de participación en el mercado de trabajo y tener acceso a empleos "decentes". Por la misma razón, los esfuerzos y las inversiones destinadas a incrementar los logros educativos de los jóvenes, y sobre todo su ingreso a la educación superior, tienen diversos efectos positivos en términos de reducir la pobreza y la desigualdad. Y los estudios muestran que muchos de los y las que no ingresan a la universidad forman parte de los migrantes que el país expulsa año tras año. De México se está yendo cada vez población más joven y cada vez población con mayor grado de escolaridad. Porque mientras la educación superior no aumente su cobertura, la transición a este nivel se comporta como embudo: muchos son los excluidos.
Los logros de equidad alcanzados en décadas pasadas gracias a la expansión de la matrícula y la cobertura en educación superior no deben ser menospreciados. Pero estos logros están siendo afectados por las políticas públicas en materia de educación superior que se orientan a inhibir que las instituciones educativas de prestigio reciban sólo a jóvenes con recursos económicos y académicos probados; consecuentemente, el porcentaje del total de aspirantes que admiten es cada vez más bajo. Muchos son los rechazados.
En el mundo académico se han instalado mecanismos de evaluación de programas e instituciones que ponderan el desempeño de los estudiantes como factor que determina reconocimientos públicos y entregas de apoyos y recursos. Estando así las cosas, el incremento y la diversificación social y cultural de la matrícula se vuelven un peligro y resulta secundario cuidar algunos rasgos socialmente deseables, como el de la igualdad de oportunidades y la representatividad. Y, aunque es cierto que los rasgos generales de los aspirantes a la educación superior en México siempre han correspondido a las características típicas de los sectores medios, que por cierto son muy diversos, están siendo los miembros de las posiciones socioeconómicas más bajas los que están siendo excluidos. Una vez más, recurriendo a estudios hechos: las tendencias apuntan a que actualmente se está dando una nueva reelitización de la educación superior.
Ya es claro que las actuales exigencias, nacionales e internacionales, de mejorar la calidad del sistema de educación superior mexicano están teniendo consecuencias sobre los objetivos de expansión y distribución de la matrícula. En el contexto de la realidad actual, los objetivos de cobertura se han modificado, otorgando prioridad a los objetivos de competencia. Pero no todas son malas noticias: aludiendo a la necesidad de lograr "calidad con equidad", la política de educación superior se ha planteado "alcanzar en 2012 al menos una cobertura de 30 por ciento de la población de 19 a 23 años". Y, "crear nuevas instituciones de educación superior, estableciendo incentivos para que amplíen la oferta de nuevos programas o utilicen eficientemente la capacidad instalada, así como apoyar el fortalecimiento de la oferta educativa no presencial o mixta".
¡Qué bueno que el gobierno actual comprenda que el problema de cobertura no puede dejarse de lado y que se tiene que atender de manera urgente...! Pero el problema es complejo e invita a reflexionar en las experiencias del pasado: la diversificación de instituciones y el aumento en la heterogeneidad de los estudiantes deben hacer de la calidad su bandera, como parece que sí se está haciendo. Sin embargo, lo que aquí preocupa, y mucho, es que en el país, en el terreno de las instituciones de educación superior, ya se ha instalado la ética de la competencia, cuando no por posiciones en los rankings, por ganar en el "negocio". La pregunta que surge entonces es: en términos de estas posiciones, que sin duda se encuentran vinculadas a una fuerte segmentación de los aprendizajes, ¿qué instituciones serán las que darán cabida a los jóvenes provenientes de sectores poco favorecidos cultural, económica y socialmente? Lo probable es que el acceso a la educación superior, para estos jóvenes, quede restringido a instituciones que no figuran en rankings y a las que sólo buscan hacer negocio con ellos. El problema que se plantea es claro: se reproducirán e incluso crecerán las inequidades a partir de las diferencias en logros educacionales, no sólo en cuanto al nivel de escolaridad y de los aprendizajes, sino del prestigio y reconocimiento de las instituciones en donde estudien estos jóvenes. Esto sin duda será malo. Lo bueno es que podemos plantear la pregunta y reflexionar en ello para encontrar maneras de asegurar que la cobertura de la educación en México crezca, y significativamente, pero sin que lo que aquí se ha planteado como probable ocurra.