Platicando esta semana con estudiantes de una universidad privada me comentaron su asombro respecto al hecho de que en la UNAM el día 12 de diciembre, que se festeja a la Virgen de Guadalupe, sea feriado. Argumentaban estos jóvenes que estando este día vinculado con una fiesta de la religión católica la UNAM no debería suspender labores pues, según su punto de vista, al hacerlo, incumple el compromiso secular que le corresponde, debido a que tiene carácter público.
Más allá de los argumentos vinculados a las reinvindicaciones y logros sindicales, expresados en el contrato colectivo que exige que el día de la Virgen de Guadalupe no se trabaje, la razón convincente que explica este hecho debe partir de la compresión de que tanto lo público como lo nacional son construcciones socioculturales y que, por lo tanto, su concepción y su eficacia simbólica y material se encuentran ligadas necesariamente a la historia. Una vez comprendido lo anterior, entonces queda claro que la historia y la cultura son factores determinantes de los acuerdos sociales que rigen en el país, y que ni lo público ni lo nacional tienen un estatus único y menos natural, sino histórico. Se comprende, entonces, que la Virgen de Guadalupe representa el símbolo de la voluntad política de los mexicanos de ser miembros de una comunidad integrada y que esto ha sido así desde que México dejó de ser la Nueva España y expresó su voluntad de construirse a sí mismo a partir de una personalidad original, vinculada a una comunidad nacional. Desde entonces, la Guadalupana ha estado inexorablemente relacionada con el proceso de construcción del interés común, es decir, público, de constituir una nación y de tener una identidad propia frente a terceros, originalmente España.
Con todo y que la movilización de 1910 trató de liberar las conciencias de lealtad y símbolos tradicionales de la asociación con la religión católica, la Virgen de Guadalupe siguió proporcionando elementos fundamentales para definir la identidad mexicana. Aunque, después de la Revolución, el Estado-educador, y ya no la Iglesia, se convirtió en el encargado de transmitir a los niños y jóvenes lealtades y valores nuevos, necesarios para construir a los modernos ciudadanos mexicanos, la Guadalupana continuó simbolizando lo mexicano. Cuando la Iglesia católica, y muchos particulares se revelaron contra la dimensión pedagógica del laicismo, en el marco de la pugna entre Iglesia y Estado, en tiempos del presidente Calles, la Virgen de Guadalupe fue reconocida como símbolo de cohesión cultural y social, así como de recuperación de los valores autóctonos. Aquí vale recordar la conferencia que el secretario de Educación José Manuel Puig Cassauranc pronunció frente a la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) proponiendo la laicización de la Virgen, sin que por ello su imagen y simbolismo perdieran su sentido místico.
Ahora podría parecer que el complejo escenario social, cultural y económico que caracteriza al México actual entra en colisión con la historia desde la cual se construyeron los sentidos que le dieron origen a la relación de la Virgen de Guadalupe con "el interés común" y con los valores nacionales, revolucionarios o autóctonos de los mexicanos. Pero, el México contemporáneo, insertado como lo está hoy en un nuevo mapa que cobra expresión en las tendencias mercantiles, privatizadoras y globalizantes, conserva aún la imagen de la Guadalupana como sedimento simbólico fundamental de identidad, llegando incluso al extremo de operarla a manera de "marca". Entre los cholos, por ejemplo, el consumo compulsivo de las representaciones de la virgen denota la necesidad de hacer referencia a la pertenencia étnica; la Guadalupana se lleva grabada no sólo en prendas de ropa, sino en la epidermis misma, como símbolo de orgullo y fidelidad a las raíces.
Ciertamente, la pretensión de adscripción universal al culto católico y el festejo de la representación simbólica que en esta religión tienen los santos y las vírgenes son ajenos a las instituciones mexicanas de educación pública en las que, por ley, el laicismo es obligatorio. La explicación de por qué el 12 de diciembre es feriado en la UNAM, no sólo en términos de logros sindicales, implica necesariamente la reflexión de lo que ha sido y es la historia de nuestro país, así como de la necesidad que ha habido, y hay, de construir y pertenecer a una comunidad integrada. En este sentido, el legado del nacionalismo cultural de Vasconcelos es fundamental; implica reconocer la importancia de la(s) cultura(s) como referencia esencial de la(s) identidad(es) mexicana(s). Para Vasconcelos lo público de la educación no debía traducirse en la piedra angular de un monopolio gubernamental de lo educativo, y mucho menos de lo político, sino en una manera de crear lazos de cohesión social en una sociedad que, como la mexicana, estaba profundamente marcada por las diferencias culturales y la desigualdad socioeconómica.
El hecho de que el 12 de diciembre en la UNAM no se trabaje lleva, entonces, a recordar que en la imagen de la Virgen de Guadalupe está implicada una historia nacional e institucional que nació y se desarrolló vinculada a la búsqueda de la integración de distintas culturas. Y, en los tiempos que corren, los objetivos de integración hoy deben ser traducidos en el reconocimiento y la convivencia de la diversidad cultural que es expresión de lo mexicano. Esto para dotar de vigencia a la celebración pública de este día.