Ya hace cuatro años que en la ciudad de Mérida la UNAM y la UADY ofrecen, conjuntamente, el diplomado “Formación de agentes de desarrollo local”; en 2006 se incorporó a la convocatoria El Plan Estratégico de Mérida (PEM). El diplomado inició como producto de la intervención del Seminario de Educación Superior (SES) de 1a UNAM, con el objetivo de explorar, estudiar e intervenir la construcción de la relación universidad-territorio desde el paradigma del desarrollo local, partiendo del convencimiento de que la adopción de este paradigma exige el trabajo coordinado entre universidades, gobiernos, empresas y organizaciones de la sociedad civil organizada.
Respondiendo a tal convencimiento, las convocatorias se han dirigido, principalmente, a académicos, funcionarios públicos, empresarios y participantes de OSC. También, y eso es importante decirlo, se han sumado a la matrícula jóvenes estudiantes que han expresado su voluntad de participar en los procesos de cambio de su localidad. A la fecha, los egresados son ya casi cien y entre ellos hay hombres y mujeres de distintos sectores, edades, niveles sociales y culturas; la mayoría son de Yucatán y sus proyectos se encaminan a intervenir en Mérida. También ha habido varios que buscan participar en otras localidades de la península, así como mayas que quieren ser líderes de proyectos de cambio en sus comunidades.
La exposición de los temas ha estado en manos de expertos con prestigio internacional: Sergio Boisier, Antonio Vázquez Barquero, Alicia Ziccardi y Rafael Reygadas, entre otros, figuran como profesores. En lo personal, he tenido el gusto de impartir el tema “Universidad y desarrollo local”, y al hacerlo me he percatado de los muchos reclamos que “los locales” tienen para la universidad.
Me ha llamado la atención el orgullo que expresan los estudiantes por ser universitarios, pues tienen conciencia de su condición de privilegio; sin embargo, la mayoría no se sienten satisfechos con lo que les dio, representa y piensan que hace la universidad; independientemente de que sean egresados de instituciones privadas o públicas, la insatisfacción está presente. No han sido pocos los que han expresado que consideran que las universidades, todas, estorban los procesos de desarrollo local que se emprenden en países como México, ya que el conocimiento que generan y transmiten no está destinado a ser útil al país y menos a sus localidades y gente. Incluso, han dicho, que asistir a la universidad aleja a los estudiantes de los problemas concretos que los aquejan. Para respaldar esta opinión, dijo uno de los estudiantes: “en mi comunidad, los universitarios tenemos un valor simbólico: somos objetos de ornato y esto nos da orgullo y estatus, pero nada más”.
La semana pasada impartí, por cuarta vez, el curso. Escuché de una alumna lo siguiente: “estando nuestras universidades como están, creo que, en México, estas instituciones cumplen la función de mantener entretenidas a las personas con capacidades reflexivas y de transformación. Estudiantes y maestros pasan la vida asistiendo a clases y preocupados por calificaciones y certificados, mientras los gobernantes y empresarios hacen lo que quieren, sin importar que sus acciones tengan efectos que atentan contra la sustentabilidad y el desarrollo de las localidades, y mucho más contra la dignidad y el bienestar de la gente”.
Ante tal percepción, pregunté al grupo por qué, entonces, asisten a la universidad a tomar un diplomado. La respuesta, casi generalizada, fue: “porque queremos que cambien las cosas en nuestras localidades y en nuestro país. Necesitamos conocimientos y capacidades para lograrlo y este diplomado, que está comprometido con el desarrollo local, representa una oportunidad”. Así, encontramos que la universidad todavía cuenta con el reconocimiento social en cuanto a producción y transmisión de conocimiento, pero claramente hay problemas en su pertinencia.
No se puede pasar por alto el hecho de que los alumnos y egresados también expresan críticas, y fuertes, para el diplomado. La complejidad que conlleva la administración y certificación interinstitucional, los relevos en la dirección y conducción de las dependencias involucradas, la necesidad de relacionar los aprendizajes teóricos y deslocalizados con el desarrollo de capacidades reflexivas y prácticas para la intervención local concreta, entre otros aspectos, se han traducido en problemas a los que no se les ha dado, todavía, una solución del todo satisfactoria.
Así, pues, ha llegado la hora de hacer una evaluación profunda de esta experiencia y, para ello, ya se ha convocado a la integración de una red de egresados y participantes en el diplomado, mismo que ha pasado a ser concebido como un proyecto de desarrollo local y, en consecuencia, los cambios deben ser gestionados con la participación de los que por él ya han pasado, en su calidad e identidad de agentes de desarrollo local.
De entrada, todos coinciden en que el diplomado debe continuar impartiéndose e incluso ampliar sus alcances y cobertura. Y es que la cooperación entre la UNAM y la UADY, en torno del diplomado, está cumpliendo un papel muy importante al dar respuesta a uno de los reclamos que actualmente, con más insistencia, la sociedad le está haciendo a la universidad.