El hecho de que a la UNAM le haya sido entregado el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2009 hace, del actual, un momento propicio para realizar, entre otras tareas, reflexiones sobre los aspectos, las características y las labores que realiza esta universidad. Es importante hacerlo porque en los tiempos que corren los mexicanos debemos estar conscientes de que resulta urgente transformar el sistema de educación superior y sus instituciones a fin de que cumplan de mejor manera sus cometidos. La reflexión es necesaria porque no vaya a ser que por la urgencia de realizar cambios y poner nuestras universidades “al día” dejemos de ver que tenemos cosas que son de gran valía y a las que les debemos respeto y cuidado y que por lo tanto habrá que defender y enriquecer, en lugar de deshacernos de ellas.
Entre las causas consignadas en las actas del jurado que diera el fallo favorable a la UNAM se destacan, sobre todo, aspectos históricos que relevan el papel que ha desempeñado la institución en la gestación de ideas, formación y acogida de personas que dieron gran impulso a la cultura y al pensamiento iberoamericanos. También se revela que, en la región, esta casa de estudios, ha representado un modelo académico de referencia. Así que el premio recibido por la UNAM nos recuerda a los mexicanos, y particularmente a los universitarios, que estamos comprometidos con nuestra historia pues de ella emanan muchas de las riquezas que tenemos y que nos han presentado, ante nosotros mismos y el mundo, fuera de las imágenes de pobreza como punto de partida y de destino. Es por ello que ante el necesario cambio que hoy requiere hacerse en el sistema educativo mexicano es imprescindible que comencemos por reivindicar y fortalecer el horizonte cultural de nuestras universidades.
Para los universitarios, el hecho de que el premio recibido fuera en el área de humanidades y comunicación representa, además, un tremendo reto. Nos obliga, entre otras cosas, a reanimar y realizar nuestros quehaceres académicos basados en la reflexión, el cuestionamiento, la crítica, el diálogo y la política. Porque no cabe duda de que estos elementos hayan sido la esencia de las humanidades, desde donde se construyó y proyectó el pensamiento iberoamericano. Así mismo, nos compromete con los valores ligados al ejercicio de la solidaridad y con la responsabilidad ante la realidad social circundante, pues hay que recordar que el compromiso social ha estado presente en “el modelo” de la institución desde sus inicios. Por su parte, no es casual que la presea recibida considere a la comunicación como uno de los rubros a ser tomados en cuenta. La comunicación constituye un campo de lucha simbólica y política en el que distintas perspectivas pugnan por posicionarse como referentes válidos en la construcción de discursos e imágenes legítimos desde donde las sociedades, las instituciones, los actores y sujetos se producen y reproducen. ¡Nada más lejos del mero cumplimiento de la función de difusión universitaria, como algunos la han interpretado!
Vivimos hoy una época en la que los grupos hegemónicos de la economía globalizada están buscando que la educación y la investigación orienten sus acciones desde lógicas empresariales que, hasta hace relativamente poco, habían quedado fuera de las prioridades del modelo de universidad pública en Latinoamérica. Para lograrlo, particularmente en México, se han insertado en los procesos de comunicación masiva narrativas que pregonan la obsolescencia de lo social, tratando de hundir a las universidades públicas en un presente sin fondo, sin piso, y sin horizonte; catalizando la sensación de que el compromiso con “lo nuestro” no tiene ningún futuro. Pero, sin duda la UNAM y el premio que le ha sido otorgado le han dado un significado a lo social y a lo público que nos recuerda que ambos elementos encuentran su anclaje en un “nosotros” que expresa lo que hemos sido y hemos querido ser como mexicanos. Así pues se ha tornado evidente que deshacernos de lo nuestro porque otros así nos lo están imponiendo implicaría perder nuestro ser dejando en el pasado las huellas de lo vivido. Con ello se corre el riesgo de desaparecer como cultura y como sociedad que merece compartir, como igual, los escenarios del mundo. Entonces, estando en México las cosas como están, la puesta al día del sistema de educación superior exige que las universidades y la sociedad dialoguen (en el sentido de comunicación institucional y política, y no sólo de conexiones y redes) sobre lo que los mexicanos queremos ser y proyectar al mundo, a fin de reconciliar un proyecto de país al que puedan servir las instituciones.
Llegado este punto, he de compartir con los lectores lo expresado por varios jóvenes, no sólo estudiantes, a los que les he preguntado su opinión acerca de que la UNAM haya ganado el Premio Príncipe de Asturias. Por sus respuestas, se podría afirmar que el reconocimiento, cuando menos en el área de comunicación, lo debe esta institución a los y las jóvenes. De distintas formas y usando diferentes palabras, la coincidencia general ha sido la idea de que lo que la UNAM comunica a la juventud es espíritu de lucha y dignidad, así como esperanza de que existan cosas mejores que pasar la vida con la mirada puesta en la competencia. Particularmente, en estos tiempos que el presupuesto universitario se encuentra amenazado, la UNAM les ha dado ejemplo de que la resistencia y la denuncia son más efectivas si se les acompaña de defensa y consolidación de valores y principios, fortalezas, propuestas alternativas y construcción de proyectos reconciliables. En fin, para la juventud mexicana el premio otorgado a la UNAM ha mostrado que la lucha por el presupuesto a las universidades públicas no se resuelve tan sólo en términos de cifras de dinero, sino en voluntad comprometida de que las instituciones de educación superior ofrezcan a los y las jóvenes educación gratificante, no sólo en términos de competencia económica sino de formación humana, acojo social y convivencial y de enriquecimiento de los horizontes culturales.