Empiezo este texto haciendo explícita la diferencia entre atacar y criticar. Esto es importante hacerlo porque la crítica constituye la razón de ser de la universidad. Criticarse a sí misma y prestar oídos a las críticas que sobre ella hacen los demás representa la condición necesaria e insustituible del proceso reflexivo en el cual tienen que sustentarse las actividades académicas y el ejercicio de la autonomía universitaria.
La UNAM, por ser pública y autónoma, no puede pensarse a sí misma como creación perfecta y exenta de errores, sino que, por el contrario, debe dar la bienvenida a la crítica, interna y externa, significándola como sugerencia y posibilidad de mejoramiento. Los ataques son otra cosa. Tienen la intención de liquidar si no la existencia de la entidad misma, sí su imagen y reputación social. Por supuesto, la universidad tampoco debe menospreciar los ataques que se le hacen, sino que debe ventilarlos y circularlos para reflexionar en ellos, dilucidando la cuestión de quién los dirige y cuáles son las razones e intereses que están detrás.
Ha sido regla general en México, desde que los gobiernos han puesto el acento en la necesidad del cambio institucional y en la generación de políticas de evaluación en materia educativa, que a la UNAM se le pida que se adapte a los nuevos tiempos y responda a las nuevas condiciones creadas por las formas en que opera la economía internacional, adscrita a paradigmas neoliberales y al fenómeno de la globalización. Como respuesta, la institución ha hecho transformaciones e incluso sufrido crisis institucionales que, entre otras cosas, mostraron que las reformas e iniciativas de cambio en las instituciones de educación pública deben realizarse con respeto y cautela.
Ciertamente, hoy la UNAM ya no es la institución que antes fuera, pero ni el camino tomado por la institución ni la universidad en la que se ha convertido coinciden plenamente con lo sugerido y esperado por quienes promueven la privatización y la reducción de los servicios públicos como estrategia política y económica. Consecuentemente, es frecuente que la UNAM sea víctima de ataques que proceden, principalmente, de quienes apoyan tal estrategia y postura. En este sentido, el fundamento de los ataques proviene de la disputa que existe en torno del curso de desarrollo de México en los años por venir.
Así que los ataques a la UNAM no son tanto por lo que es, sino por lo que ella representa y proyecta. Su objetivo es aniquilar el significado y el poder histórico que tiene esta institución y la imagen que la proyecta como símbolo de construcción de “lo mexicano”. Hace algunos años los agresores trataron de representarla como carente de calidad académica y productora de profesionistas mediocres que no podrían insertarse con éxito en el mercado de trabajo. Campañas costosas se llevaron a cabo para inundar a la opinión pública con la idea de que los egresados de la UNAM no eran competentes ni bien vistos ni recibidos por los empleadores. Sin duda, las campañas cumplieron su objetivo de desprestigiar la imagen de la institución ante ella misma y ante la sociedad. Sin embargo, la estrategia universitaria de mostrar que sí cumple, y de la mejor manera, con los indicadores seleccionados por la opinión pública internacional para ser declarada la mejor institución educativa de Iberoamérica, le devolvieron su dignidad y le otorgaron poder a la posibilidad institucional y educativa que ella representa.
Ante la imposibilidad de seguir arremetiendo contra su calidad académica (lo cual no quiere decir que no haya mucho por hacer a este respecto), para vulnerar su prestigio los detractores pasaron a significarla como un poder monolítico y constituido, que defiende sus posiciones de privilegio y se resiste a los cambios, convirtiéndose así en un estorbo para que la educación superior en México salga de la crisis.
Se la acusa de ser una universidad obsoleta porque, se dice, recibe “enormes” recursos estatales y muchas veces se resiste a la evaluación externa. Esto les molesta porque la UNAM, junto con otras universidades, encabeza el frente que ha luchado por impedir que el gobierno federal siga mermando el ya de por sí insuficiente presupuesto que se asigna a las universidades públicas. Además, porque haciendo uso de su autonomía, la institución puede repeler la perversidad de los mecanismos de evaluación que interpretan los hallazgos de las evaluaciones fuera de contextos históricos, de responsabilidad social y de la realidad nacional.
Pero lo que realmente representa un peligro para quienes atacan a la UNAM es su carácter. El carácter, como lo dice Richard Sennett, refiere al valor ético que atribuimos a nuestras relaciones con los demás. El carácter se expresa por la lealtad y el compromiso mutuo que se establece por medio de la búsqueda de objetivos de largo plazo. El carácter se relaciona con los rasgos personales que valoramos en nosotros mismos y por los que queremos ser valorados. Durante su recorrer histórico, la UNAM se ha avocado al logro de la confianza y la responsabilidad mutua hacia y con la sociedad. Se enorgullece de sí misma y busca ser valorada por su compromiso y fidelidad hacia lo social y con la justicia; es de este compromiso férreo de donde emana su carácter, mismo que es el que en realidad atenta contra los intereses de quienes promueven que los valores de la competencia y del lucro colonicen las instituciones públicas de educación superior en México.
Pero, por más ataques que se le hacen, justamente por permanecer fiel a su carácter, la UNAM sigue transmitiendo a los y las jóvenes mexican@s solidaridad, esperanza y sentido de lucha.