Básicamente, las sociedades se encuentran divididas en cuatro clases de edad: el grupo de edad de los niños, el grupo de los jóvenes, el grupo de edad de los adultos y el grupo de los viejos. Las cuatro clases desarrollan un papel determinado en la vida social; en las sociedades modernas occidentales, los adultos son quienes la determinan y conducen.
En la medida que la población del mundo ha ido envejeciendo, cada vez más, los problemas relacionados con el tema de la vejez están recibiendo mayor atención por parte de los científicos sociales. Al mismo tiempo, en los años recientes el tema de la juventud ha ganado paulatinamente centralidad desterrando la idea de que los y las jóvenes están en una etapa de moratoria en la cual deben permanecer hasta que lleguen a ser adultos. Por su parte, el estudio de la infancia también ha ido ganando terreno no sólo en los campos de la psicología, la salud pública y la pedagogía, sino también en sociología debido, sobre todo, a la exposición frecuente de los niños a la muerte violenta, al abandono, los golpes, al temor y a los abusos sexuales.
Sin embargo, las reflexiones e investigaciones sobre la adultez y los problemas referidos a esta etapa de la vida están siendo dejadas de lado. Y es que indagar sobre la edad adulta no parece necesario, pues su liga con las posiciones de poder hace que prácticamente todas las investigaciones en ciencias sociales tengan como actores principales a los adultos, aunque no de manera explícita. No obstante, justamente por esta razón se torna importante revelar lo que esta pasando a los individuos que se encuentran en esta etapa de la vida.
No sólo en México, sino prácticamente en todo el mundo, por efecto de comportamientos demográficos y de situaciones socioeconómicas, jóvenes, adultos y viejos están conviviendo en espacios comunes. Lo frecuente es que sean los miembros de la clase de edad intermedia, es decir los adultos, los que se hacen cargo, total o parcialmente, de las necesidades económicas de los jóvenes y de los viejos que comparten vivienda. Numerosos jóvenes mexicanos prolongan la estancia compartida con sus padres y también son muchos los abuelos que habitan con alguno de sus hijos. En la actualidad, la convivencia intergeneracional prolongada es una característica de la sociedad mexicana.
Más allá de las razones culturales que en México pueden explicar la convivencia intergeneracional, los investigadores asocian principalmente esta práctica, por un lado, a las actuales condiciones en los sistemas de pensiones y jubilaciones que en el país son muy precarias y que no ofrecen posibilidades para vivir de manera decorosa el último tramo de la vida. Por otro, a las dificultades de inserción laboral, al deterioro del salario y a la inestabilidad del trabajo, que son condiciones que determinan la posibilidad de que los y las jóvenes se emancipen. Así pues, salta a la vista que, en el país, la solidaridad familiar esta siendo el pilar sobre el cual la sociedad, toda, se está recargando con el fin de paliar un poco los efectos de la precarización social, del deterioro de las instituciones públicas de protección y de la restricción de los derechos sociales. Obviamente, los adultos están siendo la base de tal pilar y, consecuentemente, muchos son los que están sufriendo una especie de burning out agravado.
La sensación que produce saber que se tienen enormes responsabilidades resulta agotadora. Sumada ésta al miedo causado por la percepción de desamparo y por la no tan remota posibilidad de ser víctima del desempleo, del retiro, del despido, de la violencia, de la pérdida o de la enfermedad, el agotamiento deviene en ansiedad, cuando no en neurosis o depresión. Y si además, como es frecuente, la vida laboral está llena de estrés, de exigencias y de escasos reconocimientos y satisfacciones, entonces las ilusiones y las alegrías por la vida se pierden. La solidaridad que se puede ofrecer a hijos, padres y nietos no incluye afectos ni luchas por ideales, porque no se puede dar más; además, la reflexión y la acción política no caben.
Estando así las cosas, ¿qué poder pueden tener los adultos en una sociedad a la que, por cierto, le queda perfecta la denominación de sociedad del riesgo? Francamente, muy poco. Los insultos, gritos, humillaciones, amenazas, chantajes, resentimientos o indiferencias que marcan la convivencia intergeneracional están lejos de ser indicadores de poder. Más bien, son expresiones de violencia.
Varios han sido los científicos sociales que han desarrollado teorías y conceptos útiles para dar cuenta y explicar lo que está pasando con los adultos en México. La teoría de Seligman sobre el desamparo aprendido, la de la alienación, surgida con Marx, los conceptos de anomia de Durkheim, de Merton o de Germani, entre otros desarrollos, entregan pistas sobre cuáles han sido las condiciones objetivas y subjetivas que empujan a los mexicanos, jóvenes, viejos y adultos al camino de la criminalidad o de la pasividad; sea una o la otra, el común denominador está siendo la pérdida de la acción crítica. ¿Qué sigue? Dice la teoría: desintegración social y destrucción total de las estructuras sociales y culturales; o lo que es lo mismo, el suicidio de lo social. ¿Quiénes serán los que digan ¡basta!? ¿La juventud, los adultos, los viejos, o todos a la vez? O, ¿esperamos a que sean los niños?