El mundo calificó de "bochornosa" la sesión en la que Felipe Calderón tomó protesta como presidente de México, la semana pasada. Entre otras cosas, los medios señalaron que las escenas en San Lázaro evocaron los guiones de ficción con los que se suele representar la vida en una "república bananera" apuntando que tales escenas no corresponden a una democracia consolidada. Y, tenemos que aceptarlo: hoy los mexicanos estamos lejos de vivir en una verdadera democracia.
El legado que deja Fox a México, ahora que ya ha salido de la presidencia, no ha sido la democracia, y ni siquiera las bases para construirla. Lo que nos ha dejado es desconfianzas y desprestigio. Seis años de desatinos, fracasos y ridículos marcaron su periodo presidencial, el cual tenía que haber sido _porque a ello se comprometió_ el tránsito a la democracia. Fox obtuvo en las urnas el mandato popular, legal y legítimamente; su oferta de cambio logró sacar al PRI del gobierno y, sin embargo, más allá de eso, nunca cumplió las expectativas generadas. Desde la conformación del "gabinetazo", como él mismo llamó a su equipo de gobierno, hasta la represión en Oaxaca, todo el sexenio de Fox estuvo lleno de agravios a la sociedad.
Es cierto que de Vicente Fox no se esperaba una política social activa, dinámica e intensa. Sin embargo, sí había expectativas de que daría una fuerte lucha contra la corrupción. Se esperaban medidas fuertes para poner en orden al sistema político y ajustar cuentas, como dijo textualmente: "Contra los corruptos del pasado, del presente y del futuro". Sin embargo el Índice de Percepción de la Corrupción 2006 (IPC), publicado recientemente por Transparencia Internacional, apunta que en ámbitos internacionales se percibe que la corrupción en México está empeorando y que incluso se ha extendido. Sin duda, el comportamiento de Fox en torno a la sucesión presidencial coadyuvó a que el mundo tenga tal percepción.
A Fox le tocó la, talvez necesaria, tarea de destruir las tambaleantes instituciones que había dejado el PRI. El golpe mortal lo dio desde su auto-representación de "ranchero que se brinca las trancas", que tanto le gusta. Esta forma de hacer las cosas ejerció un efecto de retorno sobre las instituciones que se derrumbaron sepultando bajo sus ruinas no sólo al proyecto de la revolución mexicana sino también la posibilidad de construir y vivir un régimen democrático. Porque, en su desprecio por las instituciones (lo público) y su aprecio hacia el individualismo contemporáneo (lo privado), Fox no sentó bases para dotar a México de una nueva institucionalidad. Olvidó, y más bien parece que nunca lo supo, que la democracia, como régimen, es indisociable de la institución política.
Por su parte, Felipe Calderón ha dado muestras de tener mayor sensibilidad política que su antecesor. Entre las muchas cosas que ha dicho, desde que el Tribunal Electoral emitiera la resolución final que lo declaró ganador en las elecciones, tres expresiones vertidas por él resultan particularmente pertinentes para el tema de la consolidación del régimen democrático en México: 1) su compromiso con la reconstrucción institucional del país; 2) su idea de que la democracia no es una circunstancia estática en la vida de una sociedad; 3) su convicción de que para que haya democracia se requieren demócratas. Y, si a estas tres expresiones se le suma su convocatoria al diálogo con todas las fuerzas políticas del país, podemos interpretar que Calderón sabe que para que una sociedad sea democrática requiere construir y reconstruir, política, explícita, colectiva, plural y continuamente, instituciones e individuos democráticos.
Las implicaciones de esta comprensión son enormes y el punto arquimideano evidentemente es la educación y sus instituciones. Con el pasado político que tenemos y en las circunstancias en las que hoy nos encontramos, aunque a México le cayera del cielo la democracia, -lo que es imposible-, ésta no podría constituirse ni recrearse si no existen las instituciones y los individuos que le corresponden y que son capaces de hacerla funcionar y de reproducirla. Por eso, ahora que en México tenemos un nuevo presidente, merece recordar que la democracia no se puede consolidar sin educación democrática. El fundamento de este tipo de educación es el otorgamiento universal de las capacidades necesarias para la participación efectiva en la vida política, en condición de "pares". De esto se desprende que para resarcir algunos de los graves efectos que tuvieron los errores de Fox y para consolidar la democracia en México sea necesario que el gobierno entrante y la toda sociedad no se olviden de que la educación debe ser, ante todo, un bien público.