Sobre el tema de la universidad existe hoy un cúmulo de conocimiento que suministra los conceptos y principios fundamentales para investigar esta institución. Según lo escribió Luque (Luque, Mónica, "La Idea de Universidad. Estudios sobre Newman, Ortega y Gasset y Jaspers", AICD, Washington, 2002) el conocimiento sobre la universidad puede clasificarse de acuerdo a dos vertientes: la universidad como idea y la universidad como problema. En la primera vertiente el enfoque proviene de las humanidades y la atención corresponde a su significado y sentido. En la segunda, la visión que predomina es el de las ciencias sociales y lo que se busca es la comprensión objetiva, sobre la base de un saber empírico y analítico.
Cualquiera que sea la vertiente que se tome, el estudio de la universidad deberá estar anclado en un tiempo y un lugar determinados, porque esta institución, incluso solamente como idea, no puede entenderse fuera del marco de su acontecer histórico. Y, es precisamente por esta relación que guarda la universidad con la historia que las reflexiones y estudios que se hacen sobre esta institución de educación superior suelen contener reclamos, que generalmente buscan orientar la transformación de la universidad. Lo común es que, desde una visión crítica, la universidad reciba demandas para que se adecue y responda a las circunstancias de cada momento.
Con todo y las diferencias que existen en cada momento histórico, para que una institución de educación superior pueda ostentar el título de universidad tiene que estar al servicio de lo que constituye su esencia: la capacidad incondicional de contribuir a la formación del hombre. Entonces, cuando se habla de universidad, ya sea como idea o como problema, lo que está como telón de fondo es la concepción y propuesta del ser humano que se pretende formar, tanto desde la perspectiva de los individuos, como desde las características para su existencia como seres sociales. Así, al investigar sobre la universidad salta a la vista que en ella se encuentra la presencia de las creencias e intenciones de quiénes, en distintas épocas, han buscado formar y trans-formar a los hombres y mujeres, para que habiten y sirvan a las sociedades que se han propuesto, impuesto y/o defendido.
Hoy se ha vuelto mucho menos claro que en el pasado, y ciertamente ha dejado de ser evidente a primera vista, cuáles son el concepto y la propuesta de hombre a los que se deben los procesos de formación universitaria. Ni el estudiante, el maestro (quiénes fueran tipos ideales en el origen de la universidad), los profesionistas (de la universidad napoleónica), los científicos o los intelectuales (de las universidades germanas e inglesas), los técnicos, los emprendedores, o cualquiera otra de las identidades vinculadas a los procesos formativos de la universidad tienen hoy el monopolio de las representaciones de un tipo ideal del universitario de nuestra época. Porque el hecho concreto es que actualmente hay diferentes tipos de universidades que se precian de ofrecer la educación pertinente: universidades de investigación, de docencia, polítécnicas, tecnológicas, de régimen privado o público, y algunas otras modalidades institucionales de educación superior, comparten hoy el título de la que antes fuera llamada tan solo la universidad, así sin apellidos.
Antes dijimos que el estudio de la universidad podía clasificarse en dos vertientes: la universidad como idea y la universidad como problema. Desde la primera vertiente, lo que se puede constatar hoy es que la esencia de la universidad prevalece, pero se ha transformado en cuanto que la idea de hombre que a esta institución le toca formar ya no habita en ideales ni en representaciones únicos. Ahora, la esencia de la institución se expresa en su capacidad de formar universitarios diversos. Por su parte, desde la vertiente que enfoca el estudio de la universidad como problema, lo que muestran los datos concretos y analíticos es que, hoy, en este mundo globalizado en el que nos ha tocado vivir, a través de la diversificación universitaria lo que se cultiva y proyecta no sólo es diversidad humana sino la desigualdad social, la cual, como bien sabemos, representa el imperativo para el funcionamiento de las leyes del mercado y de la competencia.
Ciertamente, hoy no quedan casi otros puntos de referencia que den una significación más profunda a la diversificación de la educación universitaria, en México, que la que otorga la necesidad de competir. Uno estaría tentado a decir que en la actualidad la figura de el competidor es la que muchas universidades mexicanas proyectan como el tipo ideal que debe ser formado. Así, después de todo, aparece que el supuesto reconocimiento de la necesidad de formar a hombres y mujeres fuera de un solo tipo de ideal humano se diluye en una proyección de individuos e instituciones que aceptan la exclusión social como posibilidad legítima. Puede entonces preverse que las instituciones de educación superior que queden atrapadas en la idea de la formación para la competencia tendrán que enfrentar el problema de no llegar a ser nunca una verdadera universidad, porque a ésta lo que le está exigiendo actualmente la historia es que forme hombres y mujeres solidarios que construyan, habiten y recreen la democracia.